sábado, diciembre 6

Sexo y diversión


Publicado en la columna Literespacio, sección Vida de El Norte, Monterrey


En "La Posibilidad de una Isla", novela que comentaba en la entrega anterior, Michel Houellebecq imagina un futuro en el cual, entre otras cosas, el sentimiento humano del amor perderá su sentido hasta extinguirse.

De acuerdo con su punto de vista, esto se deberá en parte al "milenario proyecto masculino, perfectamente expresado en nuestra época por las películas pornográficas, consistente en despojar a la sexualidad de toda connotación afectiva para devolverla al campo de la pura diversión".

Después de aclarar que se trata de una "iniciativa" masculina, Houellebecq pasa a culpar a las mujeres, quienes en la actualidad, dice, se han vuelto fuertes e independientes y, como ya no precisan de la tutela de un hombre para sobrevivir, han renunciado "tanto a inspirar como a experimentar" un sentimiento "que ya no tiene justificación concreta".

Esta reflexión es muy cuestionable, pues supone que el único lugar posible para una mujer es el de la dependencia y la sumisión. Y en el colmo de esta suposición, indica que abandonar el papel de objeto sexual y convertirse en sujeto que se divierte sexualmente al lado del hombre implica la desaparición del amor. Todo depende de nosotras, en suma.

Más allá de esta discusión, me parece interesante la denuncia de dos cineastas en relación a la manifestación extrema, mercantil, del tal "proyecto".

"La Desconocida" (2006), del italiano Giuseppe Tornatore, película recién exhibida en la Ciudad, aborda la historia de una joven de Europa del Este cuyo cuerpo fue utilizado no sólo en el negocio de la prostitución, sino también en el de la producción y venta de niños. La historia, cargada de suspenso, a ratos melodramática, trata acerca de su búsqueda de uno de sus nueve hijos y muestra las vejaciones de que fue objeto.

Por su parte, en "La Tierra Prometida" (2004), el cineasta Amos Gitai aborda el mismo problema, pero en esta ocasión las europeas orientales han ido a parar a Israel.

En el caso de Gitai, el negocio del sexo como divertimento se muestra en toda su monstruosidad. Las jóvenes son enroladas con engaños y subastadas como ganado en el desierto del Sinaí. De ahí son transportadas a Eilat por un grupo de beduinos y terminan en un club para adultos en Haifa.

Sin embargo, mientras las escenas de vejación y de dolor son abordadas por Gitai de manera cruda, mediante secuencias tomadas con cámara al hombro, tipo documental, Tornatore las estiliza al máximo, provocando que se aligere la denuncia hasta desaparecer.

El manejo anecdótico es también muy diferente. Gitai muestra a un grupo de adolescentes desamparadas, impotentes, debilitadas por el dolor, mientras el personaje de Tornatore es capaz de todo.

La protagonista de Gitai escapa en medio del caos provocado por un atentado palestino; la de Tornatore asesina al tratante y, aunque su libertad se debe a su propia valentía, abre la posibilidad de una lectura prejuiciada en relación a la peligrosidad de los "extraños".

En lo personal, sobre todo después de haber visto ambas películas, me llama la atención la indiferencia con que nuestra ciudad reacciona cuando se descubren situaciones de este tipo. Pero ése es otro tema.

En todo caso, la denuncia, o queja, de Houellebecq en relación a la desaparición del amor da para entender que, en efecto, existe en la actualidad una tendencia a utilizar la sexualidad como diversión, lo cual no sería realmente grave si el cuerpo de la mujer, que históricamente ha sido considerado mercancía, no hubiera entrado de esa manera tan salvaje al campo del capitalismo feroz.

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