sábado, diciembre 20

Posada norteña

Publicado en la columna Literespacio, sección Vida de El Norte, Monterrey


Nada más singular que una reunión de escritores. El jueves pasado, en el espacio de Gargantúas, algunos de los escritores locales nos reunimos para celebrar nuestra ya tradicional posada, en esta ocasión amenizada por un grupo norteño.

Es interesante observar cómo los invitados se van reuniendo en grupos y, a continuación, se dan a la tarea de acabar con las obras de los ausentes. Y aunque lo anterior puede interpretarse de manera negativa, lo cierto es que tal ejercicio de crítica suele provocar un sentimiento de comunión que redunda en el éxito de la fiesta.

Esto tuve que aclarárselo a un narrador que, según me contó, tiene ya seis años escribiendo, pero nunca había asistido a este tipo de reuniones.

"Perro no come perro", dijo, en referencia a su impresión de que los escritores locales no leen a sus colegas. Le respondí que andaba mal, puesto que en la realidad sucede lo contrario. De otra manera, no habría tema de conversación en las fiestas. Me dio la razón.

Después de casi una semana aislada del mundo por motivos de enfermedad y habiendo dejado a mi hija, también enferma, al cuidado de su hermano, esa noche observaba a mis colegas como si se tratara de una extraña especie de humanoides a la cual, curiosamente, yo misma pertenecía.

"Y tú", preguntó el narrador, "¿de qué vives?".

En ese momento me hice a mí misma la pregunta de siempre: ¿por qué no estudié arquitectura, medicina, leyes o contaduría?, ¿qué sentido tiene pasarse la vida ante la pantalla, inventando personajes, historias, alguna necedad aberrante?

Antes de que pudiera responderle, el narrador me aconsejó que me pusiera a pintar, asegurándome que los cuadros sí dan para pagar los recibos.

"Echas dos o tres rayas y listo", dijo.

Recordé en ese momento un programa que acababa de ver en la televisión. Era sobre arte del siglo 21, y ese día presentaron a una pintora que tiene ya cuatro años trabajando en un cuadro en el que intenta plasmar el cielo nocturno.

Se trata de un cuadro de pequeño formato en el que va colocando pequeños puntos blancos sobre un fondo negro.

"Paso largas horas encerrada en mi estudio realizando este trabajo minucioso que detesto".

Su intención es que la superficie de la tela ceda y el observador, al fin, sea capaz de penetrar el cuadro y ponerse a flotar ahí dentro.

Tres o cuatro veces ha creído terminar el trabajo, pero al verlo se siente insatisfecha. Entonces cubre todo con una nueva capa de pintura negra y vuelve a empezar. Saber que detrás de lo que pinta hay varias capas de cielos estrellados le provoca percibir la profundidad de su proyecto y le da fuerzas para seguir adelante.

El caso es que esa noche de la posada, quizá porque todavía andaba con un poco de fiebre, pensé que el trabajo de esa pintora es una buena metáfora para entender la obsesión que nos mantiene atados a nuestros proyectos, intentando construir lo que quizá nunca lograremos, algún extraño objeto cuya realización, más allá de la absoluta supervivencia, es más importante que cualquier otra cosa en el mundo.

El narrador me contó que cuando escribía su primera novela se pasó muchos días atado a la computadora, obsesionado, impulsado por una fuerza que no le permitía levantarse de la silla. Entonces comprendió que, de ese momento en adelante, iba a tener que escribir. Y volver a empezar de cero, pensé, una y otra vez, hasta lograr que el material adquiera la suficiente profundidad para meterse dentro.

En esas reflexiones profundísimas andaba cuando uno de los escritores-gurús más cotizados de la ciudad pidió el "Pávido Návido" y me lo dedicó, no sé si con intención amistosa, irónica o de simple chacota. El caso es que en ese momento desapareció de mi mente la pintora de cielos estrellados y la cursilería cedió lo suficiente como para que pudiera regresar al mundo y dar cuenta de mis tacos. Mientras, mis colegas se comían en salsa a un apetitoso autor de estas tierras.

Dios los crea y ellos se juntan, dice el dicho.

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