sábado, enero 3

Despedida


Para Marcelo y Mónica

I. Ritos

Además de haberme convertido oficialmente en suegra, este fin de año fui partícipe del ancestral rito ceremonial de una boda.

Tomando en cuenta que les tocó en suerte una mamá como yo, alguien que se ha pasado la vida inventando historias e intentando creérselas, siempre pensé que mis hijos se casarían a mitad de la selva amazónica, en un barco de piratas o bailando una danza africana a ritmo de tambores.

Pero he ahí que Marcelo decidió seguir cada uno de los pasos del complicado ritual de la cultura en que nació. Desde la entrega del anillo de compromiso hasta la llegada al hotel en la madrugada, después de la ceremonia religiosa y la fiesta, vestido todavía de novio y con su botella de champaña en la mano.

Cientos de años detrás de cada detalle significante, una compleja simbología en el momento de colocarse las argollas o pasarse las arras. Cada uno de los actos solemnes enlazado al próximo dentro del viejo entramado de signos que, paradójicamente, eleva el instante hacia lo único, lo irrepetible. Lo extraordinario.

Observando a mi hijo en medio de esa atmósfera creada por la música, la presencia de gente significativa y las flores, comprendí que si no nos encontrábamos danzando frente al fuego con lanzas en las manos era por simple casualidad. El hecho es que habitamos esta tierra. Y la tierra suele darnos forma. Y nos contiene.

II. Tiempo

Los ritos religiosos y culturales nos unen a los ancestros. De pronto, a mitad de un gesto repetido a lo largo de generaciones, uno casi los toca. Una boda da para ese tipo de encuentros. Cientos de velos detrás del velo de Mónica. Una escalada infinita de miradas en sus ojos.

La inmortalidad, de acuerdo conPlatón, guarda relación con los actos creativos. El amor no es un deseo de belleza, dice, sino de procrear en la belleza.

El arte y el amor se parecen desde esta perspectiva. Sin embargo, nada nos salva. Ni las obras ni los hijos evitarán nuestra desaparición. Quedará, si acaso, un nombre en el árbol genealógico o en la portada de un libro.

Conozco el nombre de algunos de mis ancestros, ciertas historias que terminarán por borrarse. Y, sin embargo, permanece la repetición infinita de sus actos en las ceremonias rituales. "La víbora de la mar" desde no sabemos cuándo. Alguien que caminó con mi hijo hacia el altar y tiene esa misma nariz o esos labios.

Como en un juego de espejos, toda esa gente se presenta en el momento de la ceremonia. Una multitud haciéndose el mismo juramento en el instante sublime. Repetido.

III. Trascendencia

Me pregunto el motivo por el cual los humanos hemos concebido tamañas construcciones simbólicas. La puesta en escena de un evento situado en un origen sagrado y mítico quizá nos tranquiliza. Tal vez nos ayuda a formular preguntas existenciales para las que no tenemos respuesta y mitiga así nuestra angustia. Conocer la forma de la pregunta. Enlazarnos a la respuesta imposible en el momento sagrado, a través de un mediador.

El universo es demasiado grande para nosotros, la vida extremadamente incierta. La muerte tan presente, tan real. Nuestras ceremonias nos cobijan por un instante. Y nos dan forma. Acaso nos proporcionan consuelo, o el suficiente valor para despedirnos de lo que fuimos y sólo entonces avanzar hacia la realización de lo nuevo. Lo por venir.

Publicado en la columna Literespacio, sección Vida de El Norte, Monterrey

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