sábado, febrero 12

En las fronteras de la infancia el escenario

Marijose y yo acompañamos esta tarde a mi hermana a la Villa de Santiago. Tres mujeres en la carretera platicando sabroso. Nos detuvimos a comprar una mesita lateral para mi sala y después fuimos a la tienda del jocoque, el membrillo, la calabaza en tacha. Cuando mi hermana preguntó por el dulce de piloncillo, Marijose empezó a reír a carcajadas: “que palabra tan chistosa”. De regreso nos detuvimos en El Tino a tomar un café con turcos. La pequeña humana, diez añitos de edad, se sentía orgullosa de compartir una tarde con la gente grande, asentía como si le interesara la conversación o en silencio veía los árboles a través del cristal, los cerros. De pronto, con pose de mujer que sabe, “somos demasiado urbanas”, dijo, al tiempo que negaba con la cabeza. Enmudecimos. Ella se abandonó a la atmósfera de seriedad que recién había creado y enseguida, con gesto teatral, dio un trago cargado de sentido a su café de rancho.