jueves, febrero 10

La rosa de los vientos

De nuevo mi amigo Carlos. Me dice que he llenado mi vida de referencias. Me pregunta quién soy cuando acaba el día y estoy lista para meterme a la cama (después habla del sueño de manera bellísima). El cuestionamiento me tuvo pensando y pensando. Toda la semana.

Intenté resolver el problema de la siguiente manera: imaginé a un ser humano pequeñísimo, solo, a mitad del mundo (me lo estoy robando de Cavafis, ya sé). La mujercita (soy yo) ve la inmensidad de ese paisaje sin referencias (es una secuencia panorámica al estilo del cine expresionista alemán, en el desierto), entonces se pone a inventar algún tipo de arquitectura que la resguarde: unos pilares por aquí, una fuente por allá. Al enterarse de los inventos de otros (está sola en el mundo, pero lleva con ella algunos libros), sus objetos invisibles adquieren forma: la fuente es neoclásica y los pilares, art decó. Aunque sean de aire.

Otra posible solución es imaginar que las referencias toman la forma de la rosa de los vientos. "Para allá está el norte", dice la mujercita, "y hacia allá, el sur". Sabe que lo está inventando, pero no le importa. Y al irse a dormir piensa en el triunfo de saber dónde se encuentra su almohada.

Al pensar en esto de las referencias recordé al argentino César Aira y su amor por los mapas, las maquetas arquitectónicas y los proyectos cuando se están formando en la mente. También pensé en los espacios acogedores de Chillida y se me vino un parlamento de Peter Shaffer: Un niño y un viejo están mirando las estrellas. “¿Por qué existe la Iglesia?”, pregunta el niño. “Porque los humanos somos demasiado pequeños y tenemos que construir ese tipo de cosas para no sentirnos perdidos”, responde el viejo (no me pregunten cómo se llama la obra).

POSDATA: Nótese que al hablar del sentido de las referencias no pude hacer otra cosa que acudir a ellas. Hai visto, C?