miércoles, abril 6

En Treviso


Lo primero fue caminar hacia el centro en compañía de Ingo y Beatrix, tomar un proseco en el bar más hermoso del mundo, bajo los arcos de una explanada típica, hablando de todo y de nada. Lo importante era estar ahí, hablando de lo que fuera pero juntos, en un presente que se antojaba imposible. Once años sin ver a Beatrix eran ya demasiado.

Cuando llegamos a la casa de Carmelo y Brigitte no imaginaba que la atmósfera sería tan acogedora. Carmelo puso música de Chabela Vargas y empezó a hablar de México, las pirámides, las casas y jardines, la cultura. Los enormes óleos de Carmelo y Brigitte cubren las paredes de la casa. Todo ahí habla de ellos, de su pasión por la pintura, de una vida vivida a plenitud, de un trabajo de años.

Nada en esa casa está en un lugar, digamos, lógico. Muebles antiguos en la cocina, libros por todos lados, una hilera de ceniceros pequeños sobre una cómoda, como si se tratara de una instalación. Hablamos mucho en la cocina, preparando la comida, comiendo trocitos de pan con bacalà y bebiendo.

Después, en el comedor, la mesa era una obra de arte. Huevos duros pintados por Brigitte, la maravilla de quebrar aquella belleza y comer su interior. Papas con rosmerino, espárragos recién cocidos. Música mexicana y todos hablando de nada, de todo, de la alegría de habernos juntado esa tarde. Alemán, inglés, italiano, español. La Torre de Babel en una pequeña casa de Treviso donde todos parecen tener un motivo de estar bien, una historia para contar, un trabajo que les llena el alma.

Algo pasó esa tarde, algo como un sol nuevo, una pasión conocida iluminada por el sol de siempre: la pintura, la literatura, la vida vivida y la que se avecina. Donde sea, como sea, a la hora que sea. Y que venga lo que sigue.