sábado, mayo 14

Esferas en el exilio

Liter Espacio / De este lado del mundo
Por Dulce María González
El Norte
14 de mayo de 2005

I. Lejos de la tierra natal

El jueves me fui a recorrer una exposición escultórica en la Galería de Jorge García Murillo. Sabía que en "Quemas Primitivas", de Ana María Montes de Oca, encontraría a Rosaura Barahona, a Angélica Tijerina, a Nora Hinojosa y a una serie de gente que, paradójicamente, puesto que vivimos en la misma ciudad, suelo recordar con nostalgia. Saber eso, y el gusto de compartir con Marijose ese tipo de momentos, significaron el motor de arranque para la noche.
Traía en la mente, como nos sucede a veces con las atmósferas de los sueños, la imagen de la invitación: un pueblo entero de rostros; piezas de barro conformando una muchedumbre que mira al cielo con esperanza, con angustia, con temor. Otros avanzan con aparente indiferencia o se cierran en sí mismos. Ahí van, caminando, cada pieza una historia, una emoción.
Unos minutos después de llegar me topé con Ana María. "¿Ya viste la diáspora?", me preguntó, y entonces entendí lo que pasaba: esa gente se había quedado sin hogar.
Dice Severo Sarduy que el exilio es como una puerta giratoria: "Uno nunca sabe a dónde va a salir". Pero Sarduy habla de la escritura, sobrepone esa imagen del que escribe a la del exilio geográfico. Y al leerlo me pregunto a dónde vamos a dar cuando perdemos la lengua materna, el lenguaje como lazo social, y nos marchamos temerosos, o angustiados, o esperanzados, a buscar la tierra íntima de las palabras, alguna respuesta, algo que aporte sentido.
El exilio, dice Peter Sloterdijk, es un nacimiento: al abandonar el seno materno entramos en contacto con la libertad. Es entonces cuando inicia la construcción del mundo.
La entrada a la vida es siempre un desgarramiento, pensaba yo la noche del jueves, mientras observaba de cerca las piezas, esa muchedumbre en pos de la tierra propia, de la adultez, del destino.
Nunca me ha gustado la idea de padecer la vida, o la creación, o la escritura. Pero es un hecho que debemos pasar por ahí, por ese túnel o puerta giratoria, si queremos alguna vez nacer: abrirnos a lo propio, construirnos una tierra. Y para comprobarlo ahí está ese pueblo de barro que se exhibe en la Galería.
Ahí estamos también nosotros, el público, los aparentes observadores, reproduciendo la obra. Quienes estuvimos presentes en la inauguración nos acercábamos con recogimiento, dejábamos de platicar, nos mirábamos en ese espejo. Otros caminaban con su copa en la mano, mientras el pueblo de barro, sumergido en su realidad, señalaba el sentido de lo que afuera sucedía, entre nosotros, de este lado del mundo.

II. Navegar nuestros mares

El caso es que, como suele sucedernos a todos de vez en cuando, esa noche me había convertido en viajante. Y ahí voy con la pequeña Marijose, cruzando los mares de la ciudad. Andábamos en el carro de mi amigo Jorge, quien hablaba de comprar obra.
"Necesito pensarlo bien", decía, "porque sólo puedo quedarme con dos o tres de ellos." Uno observando el cielo y otro clavado en la tierra, uno clamando y el otro resignado. "Tengo que lograr una síntesis", decía, como si se tratara de la decisión más importante de su vida, "encontrar tres piezas que los representen". Después se metía en el problema de elegir en qué lugar de su casa colocaría a esos hombres exiliados. Hermosa metáfora.
Hasta que llegamos al restaurante donde se llevaría a cabo la lectura. En el ciclo "15 minutos de fama", organizado por el escritor Gerson Gómez, participarían esa noche Minerva Reynosa, Óscar David López, Gabriel Contreras, Héctor Alvarado y Patricia Laurent. "¿Es un restaurante de mariscos?", preguntó Marijose. "Sí", respondí. "Genial", dijo, "voy a pedir un ceviche". Y por la expresión en su rostro supe que lo saboreaba por anticipado. Ella, que todavía está en casa, en la lengua materna, en la tierra natal. Y sucedió que me puse a extrañarla desde ahora.
¿Quién nos tiene aquí?, me preguntaba, mientras escuchaba la lectura. ¿Quién nos expulsó, o nos convenció, o nos sedujo?, ¿cuándo fue que vinimos a dar a esta tierra de palabras? Todo esto me preguntaba porque, como dije antes, andaba nostálgica. Pero también por la extraña luz que la "diáspora" de Ana Montes de Oca arrojaba sobre la reunión.
Este tipo de lecturas literarias son extrañas. Cada grupo en su mesa, cada quién con su cada cuál. Pero ahí estamos todos, de alguna manera representados. ¿Por qué vamos? Quizá la soledad, o la necesidad de encontrarnos con esos otros que no son precisamente los nuestros, pero también están exiliándose siempre, partiendo o arribando. Pequeñas esferas que se agrupan formando la esfera de los escritores, los que estamos y quienes alguna vez pasaron por aquí.
Porque el exilio, dice Sarduy, voluntario o no, es también pertenecer, integrarse. Aceptar que "como la delegación de una continuidad, no puedes ser indigno de los de antes; tienes que escribir como ellos o, mejor, tienes que darle a esta lejanía -la de tu tierra natal- consistencia, textura".
Yo estaba con Jorge y Marijose, un singular grupo fuera de los grupos y a la vez dentro, puesto que ahí estábamos en el restaurante, comiendo mariscos y escuchando las palabras de los que escriben, esa diáspora que somos al alejarnos de casa, o al arribar a otra tierra para enseguida dejarla.
Abandonándonos.