martes, junio 13

Montaña rusa, presente

Hay personas que poseen una estabilidad emocional asombrosa; gente sólida, muy bien plantada en la tierra. Mi imagen es la de un árbol satisfecho de sí mismo, con su tronco firme y sus hojas muy verdes.
Ojo: no estoy diciendo que se trata de gente convencional. Al contrario, me parece que son personas que han delineado sus fronteras a partir de la experiencia. Quienes se aferran a los engañosos límites sociales o morales no me parecen sólidos, sino cuadrados. El caso es que tener fronteras personales y precisas nos da forma, nos convierte en seres tangibles.
Yo no soy así. La incapacidad de convertirme en árbol es, precisamente, mi límite. Mi imagen de mí misma es la de un cometa o papalote, siempre volando en las alturas, inventándome el mundo mientras en el mundo real suceden otras cosas. La pregunta es: ¿Cómo he logrado sobrevivir? O sea: ¿cómo es que no me ha destrozado alguna tormenta?
Mi secreto está en atarme a los árboles, en no perderlos de vista. Entonces sí, a volar, feliz y hacia donde me lleve el viento. Después me da por escribir esos vuelos. Ni a quién le importe, pero para mí, más allá de la vida de escritor a la que aspiran tantos, eso es la vida: volar y escribirlo. Aunque lo escrito no llegue a ninguna parte, ya que siempre ando en las nubes en lugar de buscar un agente o algo. Repito: soy una papalota innata.
Perder de vista al árbol, ésa sí que es tragedia y mis árboles lo saben. Por eso se quedan ahí, muy quietecitos, y se dejan ver, con lo cual adquiero una especie rudimentaria de estabilidad en el vuelo.
Tengo un amigo que también es cometa. Ambos fingimos ser árboles e intentamos apoyarnos mutuamente, pero a veces los hilos de los papalotes se enredan y nos ponemos a sufrir. Entonces nos decimos, también mutuamente, que el sufrimiento es causado por motivos extraños. Al menos eso interpreto, aunque él se queja de la falta de comunicación con los otros y, en general, de los códigos intraducibles y de las mal-interpretaciones. Hola, cometa.
Hay un árbol que es, en especial, muy cuidadoso. Siempre está en el messenger y me permite ver cada uno de sus movimientos. Si está en la oficina, si ya se fue a comer, si ya regresó. Entonces yo me pongo a volar muy quitada de la pena. Cuando le hablo, responde y me tranquiliza; y si le cuento alguna de mis tragedias, me escucha con paciencia, aún sabiendo que me la invento. También me deja muy en claro que me quiere, en especial cuando ando con la estima en el suelo.
Hoy me avisó que no ha desaparecido y me explicó dónde anda.
Con amigos así, ¿cómo no aprovechar y arriesgarse a ser una papalota realizada?
Te quiero, Socri.
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A propósito de inestabilidad, hay que ver las fotos de nuestros compatriotas en el peiper. Todos crudotes después de la celebración: desmayados en los parques alemanes o tirados en los pasillos de los moles; vestidos con sus camisetas de la selección, para no dar lugar a dudas, o bajo sus sombrerotes. Qué oso el de nuestros papalotudos connacionales.
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Lo que me temía: estoy escribiendo a diario en el blog en vez de avanzarle a la novela.
Recórcholis, basta.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Tierra para el árbol; mundo para el papalote. El "suelo" común debe ser el abismo del cielo. Seguramente, cualquiera que sea la dirección de la caída, el destino debe ser bueno en ambas instancias. Pero no el mismo.

+

Se tiran los dados: ‘humano’ es un resultado. El único otro resultado posible es ‘dios’. ¿Cuál par corresponde a cuál? ¿Es 'árbol/dios', 'papalote/humano'? ¿O 'árbol/humano', 'papalote/dios'?

¿Hay hermandad entre los pares como hay hermandad entre los diferentes? Necesariamente, me supongo.

Y el ser intermedio -el que duerme en(tre) nos/otros... ¿es un tiro de los dados enteramente otro? ¿El que siempre gana cuando se dice 'gané'?

Dulce M González dijo...

Ay, Eliot, siempre me pones a pensar y eso me encanta.
Quizá hay hermandad entre los pares. Entre los diferentes, me parece, hay esperanza: deseamos emparejarnos, comulgar.
Pero en ambos casos hay amor. Me parece que ése es el ser intermedio: Eros mediador, el de en medio, ni hombre ni dios.
En el caso de la escritura, es el diferente el que nos provoca crear a partir del amor, ya que el diferente es un imposible. Entonces creamos el texto como lugar de encuentro, como una manera de llenar ese vacío del otro.Aunque ya ves que Lacan dice que la pareja, emparejarse, es siempre imposible. Me encanta cómo lo dice Platón, en boca de Diotima, ¿te acuerdas? Algo así como: "Porque el amor, Sócrates, no es deseo de belleza, sino de producir y crear en la belleza".

Oye, tu carta es hermosa, no sé ni cómo responderla. Ya me ayudará Eros (¿tu crees que corresponde a la inspiración de los románticos, a propos de romanticismo?)

Bueno, ya. Un abrazo

Dulce M González dijo...

Me quedé pensando: o sea que, en tu metáfora, el ser intermedio, el que duerme entre nos-otros, ¿no será el acto mismo de tirar los dados, o lo que lo impulsa? Tirar los dados es ya desear, ¿o no?

Dulce M González dijo...

PD: ¡Gané!

Anónimo dijo...

Hola Dulce...

Creo que cuando pensé el ser intermedio estaba yo en un ámbito simbólico cercano al de la “cábala” pitagórica. Como acertadamente intuiste, el tirar mismo es el ser de este ser. Diría entonces que, como la poiesis, es un algo infinitamente inocente; la misma inocencia del infante que duerme en nosotros. Al mismo tiempo, creo, la poiesis es onto-logos, un tiro de los dados en el que un Sein, confiere ser a los seres; una apertura peligrosa que precede, creería yo, a la tierra y al mundo, con sus respectivas realidades. El ser que en el ganar dice ‘gané’ también me parece lo mejor de nuestra naturaleza: una pureza que despierta en nosotros. Incluso agregaría que es un Poder, es decir, un dios (¿o una alegría?)… paradójicamente, y fuera de tiempo, sería un dios que en el tiro constituye la posibilidad de ‘dios’, como si tuviese realidad previa a su realidad, temporalidad nula, dentro y fuera de toda temporalidad.

Creo que estas facetas de este símbolo metafórico son lo que nombre lo enteramente otro.

Sin embargo, creo que agregas una nota de realismo a mi alucinación simbólica: ¿pues sería esta cosa algo tan enteramente otra que no involucraría el deseo? Creo que no. Si el Sein y el deseo son concebidos en uno, en la inocencia y en lo peligroso, entonces como muchas veces ocurre, no está clara la frontera entre los tiros de la filosofía y los de la psicología (y conjuntamente con estas, los de la poesía), y toda una serie de nombres quedan alineados en una cercanía a veces insospechada, todos los nombres de una historia reciente y también remota. Pues sí, el intermedio entre dios y humano es también un dios, aunque de menor cuantía, por así decirlo… naturalmente aludía al eros. Pero recurre la pregunta de qué énfasis cree uno discernir en este término.

Por último agregaría que inocencia es, en mi caso, un término enteramente ideal. No quiero decir que me siento situado en lo opuesto a lo inocente; pero sí creo que es, en relación a mí, algo que el pensamiento intuye (o que la intuición piensa) en su absoluta abstracción, todo un eidos ya no-antiguo, expresado el vértigo de la mnemosyne.

E.

Dulce M González dijo...

Eliot:

Ahora mismo, al leerte, creo haber entendido, finalmente, el concepto de "dios" al que te refieres. Claro que no puede ser Eros, ya que, como dices, Eros es un dios menor, un semidiós.
Este concepto de "dios" que aludes tiene similitud con el de "el real" de Lacan. Lo enteramente otro, impenetrable. También tiene similitud con la Cuatlicue, tal como habla de ella Fuentes: una diosa monolítica, cerrada a nuestra temporalidad, cuya realidad y naturaleza resultan intraducibles.
Zizek dice que cuando alcanzamos a atisbar esto, nos provoca horror.
Yo lo relaciono con la sensación que dejan algunos cuentos de Lovecraft: horror cósmico, le dicen.
En la cábala judía, el ser intermedio es la sefirah "Tiferet", el corazón de dios, que une el arriba con el abajo y la izquierda con la derecha. O sea: lo humano con lo divino y lo femenino con lo masculino. Es la inmanencia de dios. Está fuera de nuestra realidad, pero la conecta con "Keter", que es la corona o voluntad de crear, el vacío pleno y todas esas cosas que dicen los judíos con tal de no pronunciar La Palabra, impronunciable.
Punto y aparte. Por supuesto que te leo, una y otra vez, pero no he tenido chance de escribir. Gracias por estar en contacto y por tus reflexiones. Un abrazo