viernes, octubre 20

Cubanidad

Esther en alguna parte

1. La construcción del espacio en la imaginación

En “Dos Cubalibres”, volumen que reúne una serie de artículos de Eliseo Alberto aparecidos en diversas publicaciones (tengo entendido que hace un par de meses se publicó otro libro de esta naturaleza en Cal y Arena), Lichi se refiere constantemente al exilio, situación que alimenta, determina y motiva su escritura.
“Un hombre sin país es un náufrago”, dice en el texto introductorio a la primera parte del libro, “un escritor sin lectores nacionales (naturales), el mismo infeliz”. Más adelante, cuando se pregunta a sí mismo el motivo por el cual sus dos últimas novelas no ocurren en Cuba, responde que fueron los problemas del exilio los que lo obligaron a inventarse un lugar imaginario.
Si en vez de haber realizado este diálogo consigo mismo, me hubiera preguntado a mí, yo le habría respondido que su apreciación es cierta y no, ya que desde mi punto de vista, si las novelas de Lichi ocurren o no en Cuba, es lo de menos, ya que todo en la literatura de Lichi es Cuba, su reconstrucción desde el alma y la memoria, un intento de traducir a palabras el origen y, a la vez, la tierra prometida.
Curiosamente, un poco después de hacerse a sí mismo tales declaraciones, Eliseo se puso a escribir una novela que al fin, efectivamente, ocurre en Cuba. Sin embargo, esa Cuba de “Esther en alguna parte” es también un lugar imaginario, un sitio construido y reconstruido por Lichi en su afán de crear aquello que añora, recuperar lo propio a través de la imaginación.
La de Eliseo es una escritura muy asentada en el dolor, muy consciente de la melancolía que la genera, del hueco. Cierta ausencia que lo obliga a sentarse ante el teclado, hablar de lo que desea con el alma, de lo que no quiere olvidar.
“Cuba está en ningún sitio y en todos”, dice enseguida. “Yo la visito cada noche. A veces en sueños, a veces en pesadillas. Amanezco sudando a mares. Mi país me amamanta. Adoro mi imperfecta nación de bolsillo.” Más adelante asegura que el novelista trabaja con sus obsesiones. “Lo que mas extraño”, dice, “¿quieres saberlo?, es que ya no vengan a interrumpirme mis dioses de vecindad- y, calro, ese calor de útero enamorado que envuelve La Habana cuando va cayendo la tarde.”
Al releer “Esther en alguna parte” vinieron a mi mente estas últimas palabras, puesto que lo que Eliseo logra con esta novela es que una se olvide del discurso y entonces palpe, huela, escuche ese calor de útero enamorado que es La Habana. Sin embargo, para que a una le suceda eso, olvidarse del lenguaje y al fin tocar lo que se dice, para eso es necesario que el autor maneje el lenguaje con maestría. Alguien nos cuenta una anécdota y de pronto desaparece el narrador, junto con las palabras de las que se vale al contar. ¿Cómo lo hace?, nos preguntamos. ¿Por qué motivo “Esther en alguna parte” nos provoca sentir que aquello que transcurre es vida pura, con toda su riqueza, su densidad? Magia, hechicería de la buena y un oficio tremendo, una maestría al decir. Crear lo invisible no es tarea fácil, provocar que el lector se ponga el traje y olvide que existen el hilo y las costuras, menos.
Hace un par de días hablé con un amigo que está en estos momentos en Madrid y le conté que presentaría a “Esther…”. “Una hermosa novela”, comentó, y agregó que le gusta porque en ella los personajes están demasiado en la carne. Nos pusimos a conversar sobre la sensación fuerte, concreta, de estar ahí mientras leemos, en esa ciudad a la que nunca hemos viajado y sin embargo la palpamos. Una “imperfecta nación de bolsillo”, dice Eliseo en su auto-entrevista. Un lugar construido a golpe de melancolía, decíamos mi amigo y yo en el teléfono. La Habana de “Esther en alguna parte” o, lo que es lo mismo, la Habana de Lichi, es un territorio concreto, oloroso, táctil. He ahí la magia.
Son demasiados los años invertidos, pienso, demasiado el esfuerzo de recrear las calles, la gente, y quizá por ese motivo el espacio de imaginación que es La Habana de Lichi, la de los personajes Lino y Larry Po explota en el libro como una fruta madura. Entonces se nos presenta real, cercana. Una Cuba de palabras que se abre a la vida, que se parece demasiado a la vida, que nos provoca vivir a través de su mar, su cocina, sus personajes. ¿Existe algún lugar más cierto que el interno, algún territorio más real que el de las lluvias y las conversaciones de “Esther en alguna parte”?

2. Elogio de la amistad

“Esther en alguna parte” es una novela escrita en dos actos con intermedio y epílogo. En ella, dos viejos que sienten haber vivido más de lo razonable y a quienes el lector no imagina que pueda sucederles algo más, se encuentran. Y el encuentro da lugar a una de las amistades más profundas que he leído.
En “La llama doble” Octavio Paz comenta que al preguntarle la razón de su amistad con Étienne de La Boétie, Montaigne respondió lo siguiente: “Porque él era él y yo era yo”. Justo eso advertimos en los protagonistas de la novela. Lo que une a Lino Catalá y Arístides Antúnez es precisamente que cada uno de ellos es, de manera inconfundible, él mismo.
El melancólico Lino Catalá, viejo aislado y taciturno, siempre atento a las formas de la urbanidad, generalmente desentendido de la vida que ocurre allá afuera por motivos de viudez, vejez y falta de utilidad en el mundo, encuentra su equilibrio en Arístides Antúnez, mejor conocido como Larry Po. Parlanchín estrafalario este último, actor enamorado de la vida y, por lo tanto, de la comida, de la música, de las conversaciones interminables y todo aquello que alguna vez, hace más de 2 mil años, Epicuro aseguró que eran el meollo de lo que llamamos felicidad.
El resultado de esta singular mancuerna es una amistad entrañable, una amistad que es un arte del compartir, del convivir, una profunda experiencia a dúo que es el tema central de la novela. No olvidemos que se trata de un texto con título doble: “Esther en alguna parte o el romance de Lino y Larry Po”.

Lichi

3. El deseo y la búsqueda

Más que a las escenas de acción en “Caracol Beach”, novela de Eliseo Alberto que leí hace años y cuya estructura presenta profundas similitudes con el discurso cinematográfico, “Esther en alguna parte” evoca el discurso exuberante de quien narra con placer, con el deseo de ser escuchado, comprendido, amado, un tipo de escritura presente en otras de sus novelas, como es el caso de “La eternidad por fin comienza un lunes” y algunos momentos de “La fábula de José”.
En “Caracol Beach” encontramos este discurso pleno en el cuaderno que escribe uno de los personajes, un pobre soldado a quien le toca hacer el villano y cuya desdicha nos lleva a reconocer la inocencia esencial de la raza humana.
Por otro lado, el recurso de pasar directamente al cuerpo del texto lo escrito por alguno de los personajes lo encontramos también en “Esther…”, aunque acá se trata de otra asunto: una lista de amantes que Arístides Antúnez, alias Larry Po, ha ido anotando en su cuaderno de pastas rojas.
No se trata de esa moda en la narrativa contemporánea de concebir personajes que se dedican a enlistar prostitutas en espera de una medalla, el cuaderno Larry es el testimonio de una búsqueda. Aquello que anota es en realidad un mapa o, más bien, un itinerario: una manera de documentar el largo camino que ha emprendido en busca de una mujer llamada Esther Rodenas, que es la mujer con mayúsculas, la única.
El paso de una mujer a otra es motivado por el anhelo de encontrar en ellas, o en alguna de ellas, a aquella joven de la que se enamoró en la adolescencia y a quién aún idolatra, y es, también o en última instancia, la búsqueda de un imposible, de una falta, de algo que Larry Po es consciente de haber perdido para siempre y sin embargo continúa buscando.

4. Palabras que colman a los personajes, que los llena hasta el tope y provocan que las palabras mismas se desborden

Hablé de las exhuberancias en el lenguaje de aquel diario en “Caracol Beach”, de ciertos momentos mágicos en “La eternidad comienza en lunes”, que es también una historia de amor. Sin embargo, no me canso de repetirlo, “Esther en alguna parte” es una novela en la cual el lenguaje, de hecho, sale a borbotones en su afán de narrar lo maravillosa que puede ser la vida cuando se manifiesta a través de dos personajes dispuestos a compartir el dolor y los recuerdos, pero también la esperanza de seguir adelante en su búsqueda.
Aparecen entonces los olores, las canciones, los sabores de los platillos, la humedad de la lluvia y el calor del sol. Todo ello en una avalancha de imágenes, voces, sensaciones que nos provocan sentir que, en efecto, estamos en La Habana o en Arrollo Naranjo, calladitos, muy cerca de Lino y de Larry, quienes paladean el presente al tiempo que realizan su recuento de amores, y desventuras, y de momentos hermosos. Entonces descubren ahí, tan cerca de nosotros, que la vida sigue andando en tanto seguimos vivos.

5. Cuba de nuevo

Al repasar la novela, una y otra vez, me pregunto si Esther, esa niña que siempre será una jovencita en el corazón de Larry, ese símbolo de lo añorado, de lo perdido y sin embargo recuperado en la memoria, no es la tierra prometida de la que hablaba al principio, el origen que buscamos todos, aún a sabiendas de que jamás lo tendremos por completo. Acaso podremos saborearlo en cachitos, de vez en cuando.
Esther en alguna parte” es uno de los trabajos más hermosos que le conozco a Lichi. Es, también, una pieza más en el rompecabezas de esa Cuba que Eliseo parece dispuesto a armar ladrillo a ladrillo, calle a calle. Sin descanso y durante toda la vida.
En esta gran empresa de reinventar lo perdido, de construir con palabras el espacio inabarcable de la imaginación, todo en torno a Eliseo Alberto es Cuba. Su casa es un trocito de la Cuba que lleva adentro, su música y sus libros también. Los platillos que cocina (Eliseo es un gran cocinero) y las anécdotas que cuenta y las fotografías colgando de las paredes.
Hay una imagen de Eliseo Alberto que guardo como un tesoro. No recuerdo el día de la semana, creo que era sábado. Lichi está frente a su computadora, escribiendo como un loco mientras leo un libro en el sillón de la sala. Es el hombre más sensible que conozco y el más inteligente, pienso, y aunque tengo hambre intento concentrarme de nuevo en mi libro. Lichi tiene alma de poeta, me digo, porque no me puedo concentrar en la lectura cuando él está escribiendo. Volteo a verlo, Lichi posee una capacidad innata para ver el mundo de manera sencilla y sin embargo profunda.
Hay una lámpara colgada del techo, debajo un frutero colmado de mandarinas, plátanos, naranjas. En el estudio, Lichi es un hombre que ha dejado el mundo para más tarde. Es hora de comer y sin embargo escribe con desesperación, sin descanso. De pronto se pone de pie y camina hacia la cocina, toma un trozo de pan y regresa a la computadora. Está empeñado en crear una noche dentro de la noche, como dice que dice Piñera, una calle dentro de la calle, alguna tierra dentro de la tierra que también sea Cuba, cierta Esther que las palabras hagan posible.

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