domingo, octubre 15

Papeles repasados

1. Un repaso nostálgico y un registro
Después de leer el último libro de Fuentes, en el que intenta, en repetidas ocasiones, hablar como los jóvenes de ahora y termina haciendo el ridículo, mezclando, por ejemplo, la prehistórica palabra “borlote” con la contemporánea “antro”, fue muy reconfortante leer “Papeles repasados” último libro de cuentos de Mario Anteo, quien no teme a los “tocadiscos”, ni a los teléfonos de monedas, ni a la música de Zapa o de los Rolling Stones.
A los personajes mismos les entra la nostalgia y se ponen a hablar de su pasado. El vendedor de discos en la pulga que quiso ser roquero y nunca grabó un disco, el que saltaba de los camiones antes de que éstos se detuvieran y un día de juventud perdida cayó de panza en la banqueta, o la que, en un mundo anterior a los celulares, salió a la calle buscando un teléfono público y se encontró con el amor.
Las secretarias aporrean máquinas eléctricas en lugar de acariciar teclados de computadora y muchos, pero muchos de los personajes clasemedieros del libro, sin imaginar los créditos bancarios y demás facilidades futuras para hacerse de un auto, se transportan tranquilamente en camión.
Paréntesis: Mario fue el primero de mi generación en modernizarse. Recuerdo que tenía una máquina que no solo era eléctrica, sino que poseía una pequeña pantalla en la que era posible escribir hasta tres líneas de texto antes de darle al enter. Cuando íbamos a su casa, sede de un taller literario en el que también participaba Héctor Alvarado, Mario presumía su máquina y hacía demostraciones.
Entonces Héctor, a quien no le gustaba dejarse ganar, tomó sus ahorros y partió a Mc Allen con el fin de hacerse de una extraña máquina con pantalla de cerca de diez líneas. El extraño armatoste, Héctor no dejaba de aclararlo, no era precisamente una máquina de escribir, sino un procesador de palabras. Un par de años más tarde, Mario, a quién tampoco le gustaba dejarse apantallar, compró una computadora, ganándonos de nuevo a todos, pero principalmente a Héctor.
Comentario aparte: Mientras esa carrera en campos de la tecnología se llevaba a cabo, yo escribía en una pequeña máquina portátil, ya que nunca tenía dinero para comprar aparatos novedosos. Fin del comentario y del paréntesis.
El caso es que, aún cuando no todos los cuentos suceden en esa época, “Papeles repasados” me provocó recordar al Monterrey de los 80. No es sólo el hecho de que, a través de muchas de sus historias, Mario realice la documentación literaria de eventos importantes como el derrumbe del Cine Elizondo o la construcción de la Macroplaza, es, principalmente, la precisión con la cual logra retratar las atmósferas.
Al leer estos textos una se da cuenta de que ha olvidado demasiado pronto lo que era vivir en un mundo tan asfixiante cono el de entonces. La denuncia que hace Mario, por ejemplo, de la burocracia priísta, del poder de los funcionarios con sus brillantes placas a manera de permiso para hacer o decir lo que les diera la gana, o de las molestias que causaban los simulacros de campaña de candidatos que de todos modos iban a ganar, pasa a ser un registro, una huella literaria de ese extraño mundo en el que vivíamos y que estábamos habituados a sortear.
No obstante lo anterior, los textos poseen también la posibilidad de disfrutar el recuento de las calles, de las plazas, de los sitios de reunión de entocnes. Al leer los cuentos una se pasea por aquel otro Monterrey, evoca imágenes que estaban olvidadas o en las que nunca se detiene a pensar. No es solamente el paisaje o la atmósfera de ciudad no tan grande, es también cierta rebeldía por parte de los personajes, cierto deseo de romper con los moldes sociales y apropiarse de la vida y del mundo, cierto interés por construir una cotidianidad diferente, cierto estilo de ser joven en una época de idealismo.
Y enseguida el derrumbe, la caída de aquellos sueños, el enfrentamiento con la realidad de los treinta o los cuarenta años, el choque con el mundo. El recuento de lo que fue y de lo que no se pudo.
Me pregunto si en aquella atmósfera decadente en la que nos tenía sumidos el partido único, aquel mundo sin Internet en el que las cabareteras ocupaban el lugar de las actuales bailarinas extranjeras de los table dance, me pregunto si en aquella atmósfera provinciana tan alejada de las actuales chiflazones cosmopolitas los regiomontanos vivíamos lo humano de manera diferente y me respondo que con o sin computadoras, estos animales tan complejos que somos los humanos buscamos siempre lo mismo. Generalmente, y aunque no seamos capaces de advertirlo, eso que buscamos es algo muy simple y a la vez muy difícil de conseguir, gracias a nuestras neurosis y nuestras telarañas de siempre, más las que se van acumulando.

2. Una narrativa que se reconstruye a si misma

Todo indica que el repaso de los “Papeles repasados”, ejercicio de construcción y reconstrucción que Mario Anteo entrega en forma de libro, guarda relación con la conciencia de una narrativa que se observa a sí misma.
Lo anterior me asombró cuando empecé a leer el libro hace unos días, el cual no había podido ni abrir, por estar muy ocupada preparando la ponencia para el Encuentro de Escritores de la semana pasada.
Apenas iniciada la lectura, me percaté de que el libro de Mario era el mejor ejemplo de lo que yo intentaba decir en mi ponencia: el asunto del autor que, despojado de su identidad, digamos, real, irrumpe en el texto como narrador de la narración misma. Para explicar lo anterior, lo cual no resulta nada fácil, me apoyé en la propuesta estética de Elfried Jelinek, sin saber que en la actual narrativa de Mario, precisamente en su ejercicio de repaso y reconstrucción, el asunto resulta mucho más claro.
El cuestionamiento central de la ponencia es el siguiente: ¿Quién es ése, o ésa, que dice “yo” en lo escrito? “No es solamente el continuo salto entre mundos que debe realizar el que escribe”, digo en la ponencia, “es su presencia ante el teclado, su dudosa identidad”. “Situada en una posición intermedia entre la supuesta autora y la también supuesta historia”, continúo “Jelinek narra que narra a partir de una voz múltiple. Las voces de los personajes, del narrador y de la supuesta autora se mezclan y terminan conformando una sola voz a partir de una estructura, digamos, musical”.
Para ejemplificar lo anterior, digo lo siguiente: “Si yo intentara utilizar en estos momentos las formas de Jelinek, tendría que construir un discurso conformado de discursos. ¿Y cómo haría para que el resultado no fuera un caos ininteligible? Para empezar, tendría que elegir una especie de voz guía: la voz de la que escribe. Esa voz ordenadora no abordaría la ponencia de manera directa, sino que empezaría diciendo algo así como: “Se trata de una ponencia acerca de bla bla bla.”
Cierro la idea anterior diciendo que escribir una ponencia de esta manera significaría un enorme esfuerzo y por ese motivo renuncio al juego de identidades múltiples. O, por lo menos, a esa manera de hacerlo consciente en la escritura. En este tipo de escritura, agrego, “la ficción aparece no solamente en lo narrado, sino en la narración misma. No obstante, construir un yo tan quebrado, conformado de tantos yoes hablando, ¿no es acaso ajustarse a la realidad más concreta del narrador?”
Recapitulemos: más allá de cuestiones de carácter más bien filosófico, en este tipo de estética el asunto es que el autor aparece en el texto y se pone a narrar la narración misma, creando así un narrador por encima del narrador original. Veamos el ejemplo de Mario, presente en el texto titulado “Las ruinas de la Macroplaza” y también en “Hacienda y crédito público”, uno de los mejores del libro, el cual empieza así:
“Hace tiempo bosquejé un relato que nunca escribí. Recuerdo que enlazaba cuatro voces (una carta, un diario de viaje, un delirio y un cuento breve) en torno de un narrador que enfocaba al protagonista en el momento de rendir éste su declaración anual en Hacienda. Eran tres los personajes, todos biólogos. Juan, el protagonista, de lentes y sedentario…”
Después de este primer párrafo, y sin apenas darnos cuenta, el autor se funde con el narrador de la historia y estamos ya leyendo un cuento convencional. Continuamos así un par de páginas y de pronto aparece de nuevo la voz del autor: “El proyecto original narraba la partida y el viaje a Brasil”, dice este narrador de lo narrado, “pero para abreviar saltaremos hasta el momento en que los exploradores ya están en la selva.” Fin de la interrupción supuestamente autoral y nuevo chapuzón en la historia.
Pero, tal como sucede en la estética de Jelinek, a la superposición de voces narrativas se enlazan las voces de los personajes, que a su vez irrumpen en el discurso autoral: “La ley le ha dado como margen para cumplir con sus obligaciones el mes de abril, y hoy es 31 de abril. Por eso llena de prisa el formulario. Raro que, siendo tan precavido, lo haya sorprendido la fecha, se me olvidó de plano”.
En tra parte del texto, cuando leemos directamente una carta enviada por uno de los personajes, el narrador autoral hace ciertas aclaraciones, recurso que cualquier coordinador de taller literario reprobaría por no ceñirse al género: “La curiosidad lo mató”, dice la carta, “la enfermiza comezón de querer estar siempre en otro sitio. Raine, el guía, dice que la culpa fue de él, por confiado” En este punto termina el párrafo y al abrir el siguiente advertimos que de nuevo es el entrometido quien habla: “La carta continúa, aquí lo importante es la reacción de Juan ante la imprevista, terrible noticia: Roberto ha muerto.” Por supuesto, y como era de esperarse, el narrador entrometido nunca explica la reacción de Juan, la cual, supuestamente y tal como lo ha aclarado, es “lo importante”.
La manera tan eficaz en que la narración es transformada en bosquejo, sin que por ello deje de narrar la historia, fue lo que más me sorprendió de estos cuentos, en los cuales el bosquejo o, digamos, la supuesta maqueta del cuento es el cuento mismo. Por otro lado, el riesgo y la complejidad que implican contar algo de esta manera, mismo que señalo puntualmente en mi ponencia, aumenta si tomamos en cuenta que a Mario le da por la pureza en la construcción de frases.
En otros textos sucede otro tipo de narración igualmente interesante: el narrador se desdobla e, ignorándonos, se pone a hablar consigo mismo o con sus personajes. O sea: se dice y se responde. En “Fantasma de carne blanca”, un narrador convencional se parte en pedazos con el fin de interrogar a su personaje:
“Cuando con mano firme Elba rompió la relación, él sólo atinó a llorar como un niño. Tal llanto le supo muy mal a ella, lo supuso un grosero chantaje emocional. Enseguida, sin advertirlo, descargaba ella la furia pisando a fondo el acelerador, hasta que de frente se estampó en un muro.
Allá, en la banca, ¿seguías teniendo miedo? (pregunta de pronto el entrometido)
Sí (responde el personaje)
¿Podías sacudírtelo?

¿Por qué estás tan seguro?

¿Sí qué?
Sí a la chispa, al tropismo (dice el personaje, repentinamente consciente de que está siendo contado)
Está bien (dice el entrometido), puedes descansar.”
Hay otros cuentos, mucho más regidos por estéticas más bien convencionales, pero no por ello menos interesantes: estructuras dramáticas en las que el narrador desaparece con el objeto de que el lector escuche directamente las voces de los personajes, estructuras en las que se juega con los tiempos o en las cuales se va enlazando, como en un collar de cuentas, las realidades internas de quienes no se conocen, pero comparten el instante al coincidir en una plaza.
Entre los libros escritos por Mario Anteo que he leído, o sea, entre todo lo que ha publicado, éste es el que más me gusta. No sólo por el asunto de nostalgia que mencionaba antes, sino porque además de disfrutar la lectura de las historias, una puede encontrar opciones interesantes relacionadas con otro tipo de placer: el placer estético de las estructuras complejas y las formas de narrar, todo ello a partir de un manejo del lenguaje que nos provoca olvidar su carácter tan inhóspito, su naturaleza tan salvaje.

2 comentarios:

susana vega dijo...

Duls, me da un gusto enorme volver a leerte sin necesidad de estirar más el tiempo concedido, aunque extrañote, sueñote en la pirámide o en el galaxia, en el reforma. Ahora más que nunca te apareces tanto. Abrazos

Dulce M González dijo...

Paty, Paty, me urge tomarme una cerveza contigo. ¿Se pueden hacer esas cosas a nivel astral o vas a tener que venir? Un beso.