martes, junio 12

Martes

Una experiencia singular esta de encontrarte con gente de la infancia. Hoy me entrevisté con Eduardo, hermano de Tere, gran amiga de la secundaria a quien acabo de recuperar. El motivo era conversar sobre su tesis de maestría. Mientras hablábamos, no podía evitar el intento de hacer coincidir la imagen de aquel muchacho de cabello largo, inteligente, reflexivo, silencioso y de actitud contracultura, con el señor que tenía enfrente.

Me dijo que, cuando se recibió, le regalé un "anillito". Por más que intento no logro recordarlo. Más allá del momento, perdido en la memoria, intento verme a los 15 o 16 años, entregando un regalo a un chico mayor, cuya actitud me inspira curiosidad y respeto (eso sí lo recuerdo, cómo lo veía). ¿Quién es esa niña?, me pregunto, y se me dificulta aceptar que esa de la anécdota soy yo. Sé que yo soy muchos yos, muchas dulces que difícilmente pueden verse en la unicidad de lo que soy, que no existe. Pero esa de la secundaria es la que menos se me parece.

De acuerdo a Zizek, la verdad está justo en el hiato (en la grieta) en el que algo o alguien (yo en este caso) muestra la imposibilidad del acceso: dejarse conocer (una a una misma, por ejemplo) como algo total, cierto. O sea: la verdadera yo no es la niña del anillito, ni la que platicaba con Eduardo hoy a mediodía, ni la que escribe en este momento, sino que está justo en el paso de una a la otra, justo en lo que hace imposible verlas como una sola.

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Aquí está una reseña del Encuentro "Voces de la frontera", escrita por Alejandro Rosales, poeta de Cd. Victoria, en el periódico Expreso.

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