sábado, septiembre 1

Alcoholizados, neuróticos y aterrizados

LITERESPACIO / Alcoholizados, neuróticos y aterrizados
Dulce María González
EL NORTE
1 Sep. 07

La semana pasada, durante una lectura literaria, una persona del público preguntó al poeta cómo sabe que es escritor. Un cuestionamiento típico de quienes escriben en sus ratos libres y creen en el mito del milagro o del escritor iluminado.

¿Seré yo mismo un genio?, se preguntarán acaso, y enseguida intentarán encontrar la respuesta en el infeliz que esa noche se enfrenta a sus propias dudas ante el micrófono.

El ideal romántico del artista ha logrado colarse al milenio. Aun así, los escritores sabemos que lo somos porque, contrario a los ingenieros, comerciantes o matemáticos, escribimos durante nuestras jornadas de trabajo.

Salvo raras excepciones, en la vida del escritor no hay otra cosa que esfuerzo, a ratos placer y, en la mayoría de los casos, problemas económicos. Muchos de los escritores maduros que conozco opinan que si no les provocara culpa, depresión o ausencia de sentido de la vida, con gusto dejarían de escribir y abrirían una tienda de abarrotes.

Hace poco vi una película basada en Bukowski: "Factotum" (2005), de Bent Hamer. La acostumbrada historia del escritor que se la pasa alcoholizado, vomita en las banquetas de madrugada, se liga a una mujer cada semana (como si las mujeres fueran bicicletas), y vaya usted a saber a qué horas escribe sus genialidades.

Cuando terminé de verla pensé que quizá mi hija adolescente tiene razón: los escritores que nos rodean son aburridos y antisociales, y su propia madre es "una rara", que en cristiano viene a significar lo mismo.

En el caso de Scott Fitzgerald, narrado por Hemingway en "París era una Fiesta" (1960), el problema era su esposa quien, según Hemingway, le tenía envidia, odio y deseaba verlo infeliz.

La señora Fitzgerald, que termina internada en un sanatorio, arrastra a su esposo a todo tipo de fiestas, mientras él se promete retomar la disciplina cuanto antes y sacar adelante sus proyectos. Pero la mañana siguiente lo sorprende siempre en la cruda.

Con todo y que Hemingway seguramente justifica a su amigo, culpando de su alcoholismo a la endemoniada esposa, lo que atormenta a Fitzgerald no es la dificultad de estar en el mundo, sino la incapacidad de sentarse a escribir con la misma disciplina que mantiene tan satisfecho y feliz al Hemingway de 25 años.

En "Zuckerman Encadenado", que reúne tres de sus novelas autobiográficas escritas en los 80, Philip Roth aborda la vida del escritor norteamericano a través de un alter ego llamado Nathan Zuckerman.

Valiéndose de la ironía y del humor ácido que caracterizan a Roth, Zuckerman describe la neurosis de su maestro, un escritor que vive apartado de la civilización, pasa jornadas agotadoras "dando vueltas a las frases" y atormenta a sus hijos, exigiéndoles silencio absoluto durante las horas de trabajo.

Los escritores "de primera fila" (más tarde él mismo se convertirá en uno así), le parecen admirables por las tremendas pruebas a que someten su espíritu.

"Allá arriba", dice, "en la egósfera, no todo es fiesta y pasarla bien".

También están los capaces de asimilar "la gran discordia humana" y enriquecer sus páginas con "las últimas novedades sobre manías y tentaciones", pero que al verlos en la calle "dan la impresión de haber salido a comer".

En cuanto a los pormenores del llamado "éxito", que en Latinoamérica no implica ganar suficiente dinero para pagar los recibos, y en Estados Unidos convierte a los escritores en rockstars millonarios, y que en el mundo entero se relaciona con las ventas y el mercado, Zuckerman se muestra quejumbroso y a ratos pedante.

A la "ración extra de narcisismo" que es necesario llevar a cuestas, el escritor agrega los insultos y advertencias resultantes de que los lectores confundan al autor con el personaje, sobre todo, cuando este último es un maniaco sexual o un delincuente.

"Ándate con cuidado", le gritan a Zuckerman en la calle, "por esas cosas lo meten a uno a la cárcel".

Una de las anécdotas (un lector desconocido le hace saber que "le dan mucha pena sus padres"), me recordó la historia que solía contar una colega narradora que, para envidia de muchos, recién se mudó a un departamento frente a una de las playas más inspiradoras del País.

"No me digas que tu hermana es la escritora que publicó ayer un cuento en el periódico", preguntó una señora al hermano de la autora.

"Sí", respondió él con orgullo, "es mi hermana".

"Pues qué cochina", comentó la señora con disgusto.

Más allá de mitos y anécdotas, todo indica que un escritor es aquel que, para su fortuna o desgracia, escribe. Independientemente de que asuma o no las consecuencias de un destino en apariencia tan romántico.