sábado, octubre 27

Murakami y Gabriela Torres

Literespacio / Murakami y Gabriela Torres
Dulce María González
27 Oct. 07
EL NORTE


I. Soledad

Lo único positivo de la gripe es que a una no le queda más remedio que cancelar todo y tirarse en la cama a leer. Así me pasó esta semana. Entre la fiebre y el aturdimiento me leí de un tirón una novela de Murakami que tenía pendiente.

Pero meterse a la atmósfera desoladora de “Sputnik, mi amor” (Tusquets, 2000), no es tan buena medicina que digamos.

Como de costumbre en las historias de Murakami, un personaje desaparece. En este caso (en la mayoría de ellos es así), ocurre a causa de un amor capaz de “barrer el océano, arrasar sin misericordia las ruinas de Angkor Vat”, etcétera.

El caso es que Sumire, protagonista de la novela y poseedora de esa emoción “gloriosa, monumental”, se enamora de una mujer 17 años mayor que ella y, para colmo, casada. A su vez, el narrador está enamorado de Sumire. Y así al infinito.

La descripción que hace Peter Sloterdijk del hombre contemporáneo adquiere en “Sputnik…” su mejor ejemplo. El narrador, un “single” de nuestra era, es un profesor que vive cómodamente instalado en su departamento de Tokio y, en general, lleva una vida bastante cool.

Pero en lo privado experimenta situaciones imposibles (ama a Sumire y se acuesta sólo con mujeres casadas), de manera que consume sus emociones en sí mismo. Como si el amor, convertido en satélite, saliera de él sólo para dar una vuelta y regresar de nuevo a él mismo.

La imagen de Murakami en relación a sus personajes (todos solos de la misma manera) es la del legendario Sputnik. La perrita Laika viajando ahí dentro, encerrada en su cuerpo, observando por la ventana el cosmos desolador.

“Me encontraba en aquella pequeña isla desayunando con una hermosa mujer (…) Aquella mujer amaba a Sumire. Pero no podía sentir por ella deseo sexual. Sumire amaba a aquella mujer y, además, la deseaba. Yo amaba a Sumire y la deseaba. Sumire me quería, pero no me amaba ni me deseaba. Yo podía sentir deseo por otras mujeres sin nombre, pero no las amaba. Era todo muy complicado (…) Todas las cosas morían ahí, nadie podía ir a ninguna parte.”

El concepto de soledad presente en “Sputnik…” me recordó la imagen de los ángeles en la poesía de Reiner Maria Rilke: seres cuya luz no toca a nadie, sino que regresa siempre a ellos mismos y por eso brillan, refulgen. “Los ángeles son terribles”, dice el poeta. Yo pienso que, en realidad, son bastante desgraciados.

Nada como encontrar otro satélite a mitad del universo, inventar algún tipo de solidaridad. Pero ésa es otra novela.


II. Compañía

Si bien la gripe no acabó conmigo, la novela de Murakami casi lo logró. Bien lo dice el autor en la primera página: “Aquí empezó todo y aquí acabó (casi) todo”.

En un esfuerzo por tenerle fe a ese “casi”, apenas terminé la lectura llamé a un amigo para contarle un problema familiar que ni venía al caso. (Perrita Laika busca habitantes en el cosmos deshabitado, alguna otra cápsula viajando).

Y más tarde ese mismo “casi” me llevó a aterrizar, con todo y mi cápsula, en la presentación del libro de cuentos “Incompletario”, de Gabriela Torres Olivares. Se trata del segundo volumen del proyecto independiente Ediciones Intempestivas, comandado por Héctor Alvarado y Livier Fernández Topete.

Gaby es una de las escritoras jóvenes más talentosas de nuestra Ciudad y su trabajo no sólo me interesa, sino que además lo disfruto. Tiene una manera tan fresca de contar, tan suya, tan de imágenes locas y, sin embargo, efectivas, inteligentes, que en ocasiones temo decírselo. El viejo prejuicio de no hablar de una escritora joven que empieza por no confundirla. Pues ni modo.

Apenas compré el libro (el cual, por cierto, está a la venta en la librería de Conarte o en la dirección half.projects@gmail.com), me puse a ver las viñetas de Livier y leí la contraportada, consistente en un hermoso texto en el que a una mujer se le escapó el corazón del pecho y ahora ella intenta recuperarlo.

¿A quién se le ocurre decirlo así?, me pregunté. Damas y caballeros, con ustedes, Gabriela Torres Olivares:

“Dejo caer el hueco de mi pecho para insertarlo otra vez ¿Sabes algo? Somos un equipo, debes estar conmigo, nunca se ha visto a una mujer sin corazón –literalmente-. Interventriculares ríen. Se burlan (…) La glándula pituitaria lleva nostalgia: revolucionaria, secretea al encéfalo un posible divorcio.”

No, me digo, esto no es precisamente una novela de Murakami, aunque se parezca un poco (“casi”). Observo con detenimiento a los escritores jóvenes presentes, no les veo cara de andar metidos en sus cápsulas.

Ojalá nunca se conviertan en Laikas, pienso, y me acomodo para la lectura del nuevo libro de Gaby.

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