domingo, junio 27

Hola, extraño

El dolor de una herida profunda y culpable abre de pronto una rendija de luz. Sucede en ocasiones. Es un hueco diminuto en donde caben las verdes plantas de la terraza, la música, las vasijas humeando en la cocina. Si por curiosidad una se asoma a esa rendija puede verse a sí misma leyendo o escribiendo un texto en la computadora. Una se descubre viva, sostenida de una fortaleza interna que había olvidado. Quizá al perderlo todo, o casi todo, lo que queda es la desnudez de nuestro cuerpo y nuestras emociones. Quedamos nostros. Hay dolor, pero somos. Estamos ahí con todos nuestros sueños, nuestra carga de locura y las fallas y todo aquello que nos fastidia y significa un peso para quienes nos rodean. Si pudiera irme de mí misma, decimos. Pero no podemos. Hénos ahí tal como somos. Sin remedio. O sin otro remedio que estar. Es entonces cuando sucede: encontramos de pronto unos ojos capaces de iluminarnos y regresarnos la confianza. Donde menos esperábamos sucede el prodigio de la mirada del otro que nos provoca, nos abre las puertas, nos lleva al descubrimiento del alma humana que nos está mirando y nos habla desde su acantilado personal. He recuperado la esperanza. Y todo por una simple mirada. Ya sé, ando cursi.

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